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Peatonal Sarandí 528

6 Oct 2010

Hoy ví crecer los plátanos.

Una hermosa mañana de sol me sorprende tras una noche de lluvia.
Me levanto y vago entre cadáveres de comida de la noche anterior, y entre los recuerdos de los vivos que la disfrutamos.
Ayer vino a casa una amiga de la infancia. Casi que nacimos juntos, se podría decir…
Eran esas épocas de tranquilidad de la infancia, de disfrute de los días de sol en el patio de adelante, aunque sólo fuera de baldosas, amarillas y rojas, lavadas…
Recuerdo lo extraño que me resultó, años después, volver a esa casa, volver a pisarlas.
Cómo nunca turbó mi pensamiento, ni en la infancia ni en la adolescencia, un hecho tan nimio como el color de las baldosas? Recuerdo su textura, sus ranuras, hasta podría decir su olor. Olor a infancia, a superficie calentada por el sol, a aquellas pequeñas piedritas que brillaban en los muros, y al terrible momento en que mi primo Guille, hoy con 49 años y 2 infartos, me sentó en el borde del muro ancho, mirando hacia la calle, en un atardecer de (verano?), y me dijo que mi bisabuela, abuelita Esther, ya no estaba más entre nosotros.
Cuán profunda es la memoria a veces… no recuerdo mi edad, era un niño. Seguro si le pregunto a mamá me va a dar la fecha certera. Pero son esas preguntas que a veces uno prefiere no hacer. Qué sentido tiene precisar, con números y fechas, con la estoica frialdad de la medida del tiempo, algo que por más que se sepa, no va a variar en nada el recuerdo, salvo el poder ser más certero?
Ella murió, como mi abuela, como tantos de mis antepasados, y hoy el nudo en la garganta es doble. Por ella, por su hija, por esa familia de mujeres llenas de sabiduría, sabiduría de vida, de refranes, de campo y de casa.
Mis ojos húmedos arrancan brillos a la pantalla de mi ordenador, al sol sobre las baldosas de mi living.
En una sordera inducida por mis auriculares de cancelación sonora, me escucho pensar adentro de mi propia burbuja.
Me escucho respirar.
La veo ahí, clarita, diáfana en su lecho de muerte, en un hospital de monjas, en el centro de la ciudad.
Sé que nos escribió una carta. Sé que está en alguna parte, tal vez aún conmigo entre las montañas de papeles de mi estudio. Cómo algo tan chico como una caja de zapatos puede convertirse en un Himalaya emocional cuando se empiezan a encontrar estos testigos mudos del paso del tiempo, de la vida vivida?
Partió de este mundo tan lúcida como su hija, Eva, “la pico”, mi amada abuela materna.
Es le primer día que lloro, después de no recuerdo cuantos meses, probablemente un año, desde que ella partió. Acababa de cumplir 89 años. Más del doble de mi vida. No sé dónde está enterrada. no necesito saberlo, o si? Tal vez quiera algún día visitar su tumba y necesite saberlo antes de que sea tarde. Antes de que las personas que aún recuerdan se hayan ido también.
Porque no quiero que ese sea mi recuerdo. Es tal vez la idea romántica del no saber, lo que lo hace mas atractivo, más vívido.
Cuánto lloré? 30 segundos? un minuto? dos estertores? Mis lágrimas fueron contadas, y se secaron en mis mejillas antes de caer. Como ese falso llanto, caprichoso, de los niños. Llanto de berrinche, llanto sin lágrimas. El llanto que guardamos los hombres por los siglos. Los niños no lloran, decían nuestras madres.
Y así encapsularon en el tiempo océanos de lágrimas, en una burbuja que se agranda, pero no revienta.
Pico sabía cuándo crecían los plátanos. Conocía la época del año, casi con fecha certera, en la que llenaban las calles de pelusa, o de pelotitas los paraísos.
Hoy los veo desde sus copas, desde mi terraza. Veo llenarse lentamente la ciudad de verdes, de pequeños brotes, de hojas que se irán haciendo más grandes en la medida en que avanza la primavera, y que serán para algunos cielo, para otros tierra.
Un piso flotante de hojas, mullido a la vista como las almohadas recién acomodadas.
Viaja uno con su almohada, al igual que con su mochila?
Sin duda, quien sujeta nuestra cabeza en nuestros sueños, al igual que una pareja, que un amante, viaja con nosotros, y no la dejamos hasta que ella nos abandona, agotada de tantas noches de sujetar cabezas…
El tiempo se detiene cuando escribo, ilusoriamente. Ya la mancha de sol en el piso de mi living no es la misma. Avanza y huye, Conquista territorios mientras que abandona otros. Temps fugit.
Y mientas tanto, nos llegan correos a nuestros BlackBerrys en tiempo real, y la lucecita roja parpadea insistentemente para hacernos acordar que el tiempo no para, que la vida sigue, que siempre hay un antes y un después de cada instante. Contestamos teléfonos, hablamos en lenguas, Atendemos a quienes nos necesitan, a quienes nos molestan, a quienes nos extrañan…
Paola vino ayer, no importa la excusa. Nos vimos de nuevo, hablamos de su familia, de sus hijos, de todo lo que se supone que hablan dos personas luego de años sin verse…
Vino Martín y preparó la cena. Yo había pasado por el supermercado, con instrucciones precisas de qué verduras comprar, cuánto de zapallitos -de tronco-, cuánto de morrón, cebolla y pollo.
Cenamos los tres, con el infaltable vino blanco y ese espíritu de dicha, de calidez, de compañía, que juntaba a 3 conocidos y a tres extraños en el tiempo. No faltó ni sobró nada. Todo tuvo una mágica justa medida. Lo dicho, lo escuchado, lo cenado, lo bebido…
Hoy amanece y devago (se lo pido prestado al portugués, porque es más certero el sentimiento), transcurro entre los recuerdos de ayer. de ayer en fecha, de ayer en tiempo, de ayer primero de octubre.
“Este domingo todos los relojes se adelantan una hora, 60 minutos” grita por los altavoces un coche con publicidad. Grita contra el silencio de una carroza fúnebre. Grita para que TODOS lo escuchemos. TODOS los relojes, toda la gente. Todos, el todo absoluto, la no excepción. Las reglas universales de la vida, de su principio y de su fin. Del cosmos, De ese punto en el espacio negro, infinito, irrespirable.
Mamá no puede hacerse a la idea del infinito, nunca pudo. Es casi como si lo infinito no pudiera ser racional. no pudiera ser atado a los sunchos de la conciencia, a la materia, conjunción de átomos y de ADN. Se puede leer la vida en código genético? ACGT. Lo tecleo y aparece en Wikipedia. Al instante ya tengo acepciones, definiciones, datos. Muchos datos, hordas de datos. Escribo y pienso qué pensará Fernando, mi analista, que lleva tantas horas de escucha, de oírme hablar de amor, de trabajo, de visiones apocalípticas del futuro, de hacerme pensar porqué elijo lo que elijo, quién soy, qué busco, La batería de mi ordenador me avisa, 96%. si dejo pasar un instante más será tarde. Empezará su ciclo de carga si la vuelvo a conectar a la red eléctrica. Me fuerza a moverme, como un nómade en mi propia casa, girando en círculos en mi propio territorio. En mi torre de marfil.
Taj Mahal, India, noviembre de 2009. Una de las maravillas del mundo. dos veces vista por mí. Una vez por alguien. Millones de millones de personas en centurias… el monumento de marfil más grande jamás erigido es un testimonio de amor, y una tumba. La eternidad del sentimiento y la eternidad de la eternidad. Por los siglos de los siglos, amén, se dice en misa los domingos.
Hoy ví crecer los plátanos. Hoy tengo ganas de leer, páginas y páginas…
Tal vez le mande a Fernando un mensaje, igual de instantáneo, Para avisarle que escribí, que publiqué, que sepa qué me está pasando para tener pronto el salvavidas… 
“Poner la cabeza en manos de otro” dijo, curiosamente, su tocayo. Él que todo lo sabe, que todo lo puede, que no se equivoca. Él dueño de la verdad absoluta, de la certeza, del sí y el no, de los blancos y los negros. Él que, como yo, a veces no se deja querer. Ensambla su propia armadura, que suelda en estos momentos en algún lado de la ciudad, y repasa minuciosamente para que no haya grietas ni fisuras, para que permanezca estanca, impermeable.

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