Nosotros y los miedos.
Cada día, al levantarnos, enfrentamos en silencio a nuestros propios fantasmas: qué tal será mi día laboral? seguiré conservando mi puesto en la compañía? Porqué aquél quien dijo que nos iba a llamar no lo hizo? Hice algo mal? No fui lo suficiente…? Fui demasiado…? Irá a llover si salgo sin paraguas?
Por las dudas, chequeo una vez más que no me haya puesto medias de distintos pares, que lleve (nuevamente) toda mi mochila conmigo -cuadernos, celulares, mp3, contraseñas, llaves de acceso, plata para el bondi, lentes de sol, pasta de dientes…
Pero sin embargo, cada día esos miedo varían un poco. Mutan, sutilmente. El miedo a las paredes vidriadas de ayer, a las claraboyas que amenazan con estallar y bañarnos en filosos cristales, no parecen tan determinantes.Tal vez otros pesen más. Tal vez abandonemos viejos miedos, tal vez nos surjan nuevos.
Y si…? Hasta cuándo…? Soy quien quiero ser? Soy feliz? Soy depresivo, o estoy deprimido? Estará muy frío como para llevar bufanda? No me estaré perdiendo de alguna reunión importante? y si así fuera, qué consecuencias tendría?
A medida que crecemos, vemos la vida de forma diferente. Ella también muta, a veces sutilmente, como los miedos, a veces de forma impactante, como cuando nos quita un ser querido.
Hasta que punto los miedos del ayer son peores que los de hoy, o mejores que los de mañana?
A veces pasa. A veces aperece ella llamada inesperada, ese contacto reconfortante, esa brisa fresca a la sombra de un sol insoportable. Nos llaman, nos buscan, nos quieren.
Y ahí, nuevamente los miedos mutan, pero en certezas. Certezas de que valemos, de que somos importantes para alguien, de que nuestra vida, hoy, no va a pasar en un mutismo absoluto, en la misma rutina cotidiana, de ver a mi vecino siempre siempre sentado enfrente a su computadora, mientras la vida transcurre en derredor, mientras unas cuadras mas allá hay gente que decidió juntarse e ir al parque de diversiones.
La exposición fotográfica del parque volvió a cambiar, una vez más, en sus ciclos.
Hace frío, pero nos abrigamos y salimos.
En un acto de coraje matinal, en nuestra propia cruzada, destrancamos los cerrojos y abrimos la puerta del mundo exterior.